TRILOGÍA SOBRE EL AMOR. Capítulo 1.



        Somos tres partes en esta historia aunque era el cuarto cuando les conocí.

      Descubrí que el sexo y el amor no se cuenta por número de personas sino por la agudeza, la excitación y el deseo que despiertan en ti.

       Cuando llegué a aquella casa, era tarde y yo no era más que un número a pesar de que días antes había confirmado mi visita con Juan, hacía unos días le dije que sí pensaba ir a verle y a pesar de que me dijo horas antes que estaba con dos conocidos en casa, aunque yo no les conociera, me pareció buen plan.

     Le llaman poliamor los modernos, los clásicos no le ponemos nombre, simplemente te extrañas de lo que sientes y te dejas llevar.

        Éramos tres forasteros en casa ajena, nos entendimos los tres con la mirada al darnos cuenta de que Juan estaba empezado a estar un poco incómodo en su propia casa a pesar de que los tres íbamos detrás de su rol de pasivo, o tal vez por eso se agobió. Nos vestimos y dejamos a Juan solo, salimos de allí con la fresca y la cuestión fue: ¿Nos vamos a dormir o nos tomamos un café y nos enamoramos?

        “Yo me tomaría un buen desayuno”, dijo Mikel.

        “Pues vamos a desayunar”, resaltó Fran.

        “Sí, yo tengo hambre, me apetece”, recalqué yo.

        “Mi coche está cerca”, dijo Fran, ofreciéndose a llevarnos.

        “Podríamos ir a mi casa”, dijo Mikel. Lo que dijera ese chico me iba a gustar, me encantaba él y su manera de decir las cosas… y de hacerlas.

        Nos fuimos los tres a desayunar a su casa, aunque sabíamos que el desayuno no iba a ser un café y tostadas; alargamos la compañía y la conversación todo lo que pudimos. Compartimos unas cervezas entre los tres y seguimos con lo que se nos había quedado a medias en casa de Juan, ninguno de los tres nos quedamos con la sensación de haber terminado… queríamos más y tuvimos más y mucho más. Los ojos rojos, las pupilas dilatadas, las sonrisas permanentes y nos quedamos prendados el uno de los otros.

        Pasó lo que tuvo que pasar, sexo, amor, sexo, amor, sexo, amor…. Yo ya no distinguía entre una cosa y otra, ¿habéis dormido alguna vez los tres juntos, con ganas de llorar por lo feliz que os habéis sentido? Esa era mi sensación, felicidad.

        Eran las cinco de la tarde, habíamos caído rendidos los tres del cansancio y de todo el amor que nos habíamos dado cuando desperté; ahí estaban, los dos, dormidos, con carita de buenos, eran adorables.

        Mikel con su barba superpoblada y unos ojos que, cuando sonreía casi se le cerraban, mirada tierna y muy tranquilo al hablar, me transmitía mucha tranquilidad, un poquito más bajo que yo y algo más delgado, con el vello justo para encantarme, y una enorme dotación entre las piernas, verle desnudo era una sensación mezclada, me intimidaba y me excitaba.

        Fran sin embargo, nos dijo que hacía poquitos días se había quitado la barba y se dejó bigote, un bigote que le quedaba increíblemente bien, le daba un toque de seriedad y masculinidad a esa carita redonda y simpática, con esos ojos oscuros almendrados que enamoran cuando te miran, además cuando frunce el ceño y agacha un poquito las cejas… me lo comería; una sonrisa perfecta y que se contagia con muchísima facilidad. Su cuerpo era fornido, por los entrenamientos que hace en su trabajo y él, sin embargo, se depila por completo, pero de esta forma se puede disfrutar de cada músculo que deja ver con cada movimiento, el culo de este hombre es como… para hacer una escultura.

        Juro por mi vida que jamás había visto a dos chicos que me gustaran tanto, me quedaba con la boca entreabierta mirándoles y pensaba… “es imposible”.

        Estaba de lado, mirando hacia ellos, con mi brazo derecho por debajo de la almohada y el izquierdo por encima, podía tocarles, podía notar cómo respiraban tranquilos, notar su sosiego, su descanso.

        El descanso del guerrero.

        Desnudos los tres bajo aquella sábana fina, que apenas abrigaba, pero tampoco era necesario. Nuestros propios cuerpos ya caldeaban bastante la habitación.

        Fran estaba en el centro, tumbado dándome la espalda a mí, Mikel al otro lado mirando hacia nosotros y yo abrazando a Fran por la espalda, aunque alcanzaba a tocar a Mikel también, me sentía a gusto y relajado tocando a los dos.

        Sentí una nueva erección, mis ojos apenas se mantenían abiertos y mi cuerpo, sin yo ordenárselo, comenzó a frotarse contra las nalgas perfectas de Fran… El sudor hizo el resto y aquello se convirtió en un balanceo suave y continuo, cuando escuché sus gemidos, suaves, despertando, aún medio dormido.

      Era tan excitante… cuando nos vinimos a dar cuenta estábamos los tres despiertos sudando de nuevo. Estábamos como poseídos y volvimos a perder la noción del tiempo. De nuevo más sexo, más amor y más sexo y más amor.

        No recuerdo cuándo mi cuerpo volvió a caer rendido, aunque sí notaba sus besos, sus palmetazos en las nalgas y sus empujones; mi cuerpo se entregó a ellos y a mí ni me respondía. Tenía una sensación de bienestar que nunca había tenido. Me sentía arropado, protegido, cuidado y mimado. Deseaba estar así el resto de mi vida.

Era una sensación de bienestar, de estar cuidado, de sentirme querido… lo que no había sentido con un hombre solo… lo sentí con dos a la vez, ¿qué significaba esto? ¿esto iba a ser para siempre? ¿qué podía saber yo? Me limité a experimentar, a vivir, a formar parte de una heterosexualidad curiosa en la que todo nos lleva a experimentar… es bonito experimentar y en base a la experiencia, decir: “me gusta” o “no me gusta”… o ni siquiera es necesario decidir si te gusta o no, solamente con decir si tienes más curiosidad o no… es suficiente.

A mí me creó grandísima curiosidad, de repente mi interés por el mismo sexo apareció como de la noche a la mañana, pero otra cosa es que yo dejara aflorar esos sentimientos… sentía que tenía que aguantarme la gana, que tenía que reprimirme, digamos que… que no dejé aflorar la naturalidad del sexo, lo natural del amor, la raíz humana y animal que nos sale.

        Había experimentado alguna vez con hombres, pero nunca en grupo y aquel día, el primer día de una nueva forma de ver el amor en mi vida, cuando tenía que irme a casa, casi lloro mientras me vestía para irme, me até los cordones de las zapatillas con los ojos vidriosos.

        Nos despedimos los tres, nos dimos los números de teléfono; tuve que esforzarme por recordar sus nombres para agendarles en mi móvil y me marché a casa paseando, contento porque al parecer, los tres queríamos vernos más veces; pude haber cogido el metro, pero preferí caminar los treinta minutos que tenía de trayecto caminando para asimilar lo que me había ocurrido, lo que había sentido al fin y al cabo.

Comentarios

  1. Impresionante amor entres tres, se puede querer? Quien a dicho que no, no mandan los ojos, ni el sexo manda el corazón.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Siempre se ha dicho que el amor entiende y siente cosas que la mente no, o al menos le pueden costar más. El corazón es el que sabe de sentimientos, pero no entiende de razón.
      Gracias por comentar.

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

TRILOGÍA SOBRE EL AMOR. Capítulo 3.

TRILOGÍA SOBRE EL AMOR. Capítulo 5.

DESCATALOGADO