TRILOGÍA SOBRE EL AMOR. Capítulo 3.
Fotografía: @ojkosme |
Era sábado, ocho de la tarde, la hora y el lugar donde habíamos quedado, en casa de Mikel. Yo llegué diez minutos antes, como de costumbre, él me invitó a subir a su casa y tomar una cerveza rápida antes de que llegara Fran a recogernos.
¡Que cerveza ni que porras! Entré y le bajé el pantalón y el slip, el llevaba puesto un cockring de silicona y yo me recreé unos minutos arrodillado delante de él hasta que dijo:
"Deberíamos bajar, Fran estará a punto de llegar y no deberíamos hacerle esperar"
Saboreando sus
besos, fue recolocándose la ropa mientas sonreíamos. Bajamos a la calle, Fran
tardó solo tres minutos en llegar. Subimos al coche nerviosos. Mikel delante y yo en
el asiento trasero. Íbamos hablando acerca de cuándo nos conocimos, a los tres se nos notaba nerviosos.
Cuando llegamos... Bonita casa... Nos mostró la cocina, con la nevera disponible con refrescos y cervezas. Una habitación de invitados donde dejamos la ropa y nos quedamos vistiendo el slip solamente... Una habitación grande espectacular... donde dormiríamos los tres más tarde.... Con una ducha grande donde podíamos ducharnos los tres sobradamente.
El salón estaba preparado, zona de refrescos y picoteo al fondo y accesorios para jugar... tenía pinta de que íbamos a pasarlo a lo grande.
Lo primero,
abandonar los móviles, era nuestra primera y principal Regla...
La segunda, una rondita de refresco, "¿lo ponemos doble no?” “¿venga y un
piquito para cada uno pa' empezar?"
"Lo que surja, yo me quito ya el calzoncillo", dije yo, que me lancé el primero.
Las ganas de
verles y tenerles de nuevo a ambos me mataban por arrancarles el slip, morder
sus nalgas, besarles, lamer sus pies... Los tres, de pie, nos besamos suavemente
y nos fuimos acomodando, cada uno a la parte de cuerpo que quiso de los
otros... El espejo de en frente mostraba una imagen mejorada de cada uno.
Estaba siendo una noche para no poner nombre, sin calificativos, prácticamente un partido de "no sé qué deporte", pero sin descansos.
"Ponte en cuatro en el sofá", me dijo Mikel.
"Toma, y ésta en la boca para que no hables mucho", dijo Fran colocándose delante de mí.
En ese momento uno podría sentirse el maricón más feliz y mejor mirado del mundo... Pero no, aún así no era suficiente, es como si nunca fuera suficiente.
Me daban azotes en el culo, me cogían del pelo, me besaban con abundante saliva… parando solo a ratos para darme a oler popper, que ya casi se confundía con el olor a sobaco, nuestros cuerpos ya olían de forma intensa y la noche acababa de empezar; hacía calor, o más bien nosotros teníamos mucho calor.
Los gemidos y gruñidos, míos y de mis dos hombres, sonaban en todo el salón, o en el baño, o en la cocina o en cualquier rincón de la casa; la verdad es que para mí era estar en el paraíso. No me hacía falta nada más para sentirme feliz en esos momentos, eran los dos perfectos, se complementaban para dar lugar al hombre de mis sueños y encajábamos increíblemente bien, nunca mejor dicho.
Nuestras palabras mágicas eran "tengo que parar", para ir al baño, para beber agua, para
cambiar de postura, para cambiar de rol o para tomar otra ronda de refresco. Lo
fantástico y maravilloso era que los tres éramos versátiles, así que cuando se
escuchaba "necesito parar"... El siguiente, quien fuera, daba igual, ya
estaba preparándose para ser el siguiente y se colocaba en posición explícita,
no descansábamos más de cinco minutos seguidos. Pero los otros dos lo
acomodábamos a nuestro antojo.
No quedó lugar de la casa ni rincón con espejo por explorar.
El momento más "on fire" de la noche estaba por llegar, por sorpresa para Mikel y para mí fue el momento de la noche en que apareció Fran con el uniforme de trabajo puesto... Botas incluidas.
Mikel y yo, sentados en el sofá, dejamos de hablar y nos quedamos con la boca abierta un rato, sin saber qué decir.
"¿Qué pasa, no vais a decir nada?", nos preguntó Fran.
Durante unos segundos no supimos reaccionar, boquiabiertos nos quedamos mirándole y él sonreía de forma pícara. Yo tardé más en reaccionar, mi instinto voyeur hizo que me quedara sentado mirando sin hacer más.
Mikel en pocos segundos supo qué hacer, algo sencillo; se arrodilló delante de él y le bajó la bragueta.
Tenía delante de mí dos hombres que, en cuanto a sentimientos, me estaban enamorando, y en cuanto a la parte carnal la tenía en frente, puro morbo, pura pornografía, ¿qué digo? ¡más que eso! Uno de pie con su uniforme de trabajo, mirando al techo y gimiendo de placer, el otro desnudo delante de él, desnudo y moviendo la cabeza despacio y muy sexy.
Durante un rato, sólo una parte de mi cuerpo reaccionó por su propia cuenta; para lo demás disfrutaba con la mirada, fue una escena que jamás olvidaré, sobre todo cuando por momentos me miraban.
Con la mirada me invitaban o simplemente me miraban para comprobar si yo les miraba a ellos, pero sin insistir ni decir nada, porque saben que me gusta mirarles, sabían que disfrutaba viéndoles así; así y de cualquier forma; cuando simplemente charlamos y reímos disfruto igualmente mirándoles, sus sonrisas me hipnotizan, sus miradas me dejan sin palabras.
Después de un rato viéndoles, decidí aportar mi granito de arena, me arrodillé también y así, Mikel y yo compartimos la vista desde abajo durante otro rato mientras Fran nos miraba desde arriba con cara de satisfacción, sonriendo en algún momento, en otros momentos con los ojos en blanco o mirando al techo. La vista desde abajo era grandiosa.
Por lo visto Mikel estaba preparando en su cabeza lo que iba a pasar en breve porque, creo que ni yo me lo esperaba. Mikel siempre le daba media vuelta más a los hechos, llegaba un poquito más lejos, tomaba la iniciativa en muchas cosas y fue justamente lo que hizo.
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