MADAMA BUTTERFLY
Vi un cartel de la Ópera Madama
Butterfly, Puccini en cartel en la Gran Vía.
Imaginé por un momento que tenía una entrada y un traje elegante para ir a verla.
Esa
misma tarde fui paseando hasta la puerta de la Ópera de Valencia, cerré los
ojos y volví a soñar que estaba en uno de esos palcos lujosos viendo la ópera, con mi
traje elegante y disfrutando de ello con un gusto sublime, disfrutándolo más
que nadie.
Cuando
abrí los ojos, admiré el gigantesco edificio, me di media vuelta y volví paseando hasta casa, me di una ducha
caliente con mucho gusto por lo que pensaba disfrutar a continuación.
Me encerré en mi habitación y me
vestí con lo más elegante que tenía en mi armario; leí sobre la historia de amor,
triste, desgarradora y sentimental, más que ninguna otra. Conecté los altavoces
y sentado en aquel sillón viejo de mi escritorio escuché Madama Butterfly con
los ojos cerrados.
Era lo más cerca que iba a
estar de verla y era la forma en la que podía saber si me gustaría o
no, por lo de “para la ópera no hay punto intermedio, o te seduce o la
detestas”.
Creo que nunca me sentí tan
embaucado, tan enamorado; me sedujo sin escrúpulos y yo me dejé seducir como
cuando a un niño pequeño le ofreces una piruleta. Fue la primera ópera que escuché y hasta ahora mi favorita.

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